200 años celebrando la Pascua del Señor

Historia de la Catedral Metropolitana

La historia de la Catedral de Santiago de Guatemala, al igual que la de la Iglesia católica en nuestro país, ha sido motivo de numerosos estudios. El objetivo de esta nueva sinopsis es el de presentar de una manera tan breve y concisa como lo permita el tema, un relato de la Catedral desde la fundación de la diócesis hasta nuestros días. No se quiere ofrecer investigaciones inéditas ni elaborar un estudio completo propio de especialistas, pero puede resultar de utilidad para aquellos que quieran acercarse a una síntesis introductoria para luego profundizar en la materia con la ayuda de una bibliografía más amplia. Tampoco se pretende originalidad alguna, ya que se utilizan libremente datos conocidos y publicados en estudios previos. Sin embargo, se ha tenido gran cuidado para asegurar la exactitud de lo que se expone y para impedir impresiones erróneas debidas a lo condensado de este relato.


 

Conocer sobre la historia es importante para comprender nuestra identidad e idiosincrasia. Por eso, acercarnos a un relato histórico como el presente no busca únicamente que nos fijemos en hechos acontecidos en el pasado, en personajes, fechas, movimientos ideológicos o modas que marcaron épocas antiguas. Es una buena oportunidad para comprender quiénes somos y hacia dónde vamos como pueblo de Dios. Es una ocasión para “leer entre líneas” la acción de Dios en nuestras vidas como personas y como Iglesia, misterio de comunión y de vida, rebaño del Señor congregado para hacer presente el reino de Dios en Guatemala y el mundo. De allí que el gran protagonista de esta historia es el Espíritu Santo que, con su fuerza y su gracia, va haciendo posible una respuesta de fe auténtica por parte de quienes han recibido el Evangelio de Cristo y se ven invitados a anunciarlo hoy como ayer.

 

Al leer esta historia, los invitamos a ponerse en contacto con el vivo y multisecular patrimonio histórico, artístico y cultural de la Iglesia católica resguardado por más de dos siglos en su Catedral de Santiago de Guatemala. Conocer este patrimonio tiene sentido también en la medida en que sea ocasión de tomar conciencia del verdadero tesoro que Cristo ha confiado a su Iglesia, y que no tiene un valor simplemente material, sino espiritual, de identidad religiosa y cultural, de culto, de veneración y piedad, de entrega y amor. Agradezco a todas las personas que me estimularon a preparar este volumen y, en particular, el apoyo de nuestro Arzobispo, Mons. Oscar Julio Vian Morales, sdb. Que esta publicación sea también un homenaje en ocasión del Bicentenario del estreno de la Iglesia Metropolitana de nuestra Arquidiócesis, el cual celebraremos, Dios mediante, en el mes de marzo de 2015. Mi reconocimiento y gratitud a todos los que dejaron su huella para que la Catedral sea hoy uno de los edificios más importantes y representativos de nuestra ciudad capital, la Nueva Guatemala de la Asunción.

 

LA PRIMERA Y SEGUNDA CATEDRALES DE GUATEMALA

Como la misma ciudad de Santiago de Guatemala, fundada originalmente en Iximché el 27 de julio de 1524, también la Iglesia Catedral conoció varios traslados y reconstrucciones. En 1527, debido a la insurrección de los cackchiqueles, don Jorge de Alvarado trasladó el primer asentamiento al Valle de Almolonga, donde hoy se encuentra el poblado de San Miguel Escobar; allí inició la edificación de un templo que estaba dedicado al Señor Santiago, a quien habían tomado como “patrón y abogado”. En 1534 se crea el Obispado de Guatemala y se designa como primer obispo a Francisco Marroquín, clérigo español que había llegado a Guatemala con Pedro de Alvarado cuatro años antes. Esta modesta iglesia mayor de Santiago se convierte entonces en Catedral en 1537 al tomar posesión de ella el nuevo obispo, luego que fuera ordenado en la Catedral de México el 18 de abril de dicho año por imposición de manos de Fray Juan de Zumárraga, primer Obispo de México. Ya para 1539, el propio Marroquín escribe: “procuré hacer un templo el mejor que yo pudiese… está edificada la casa, retablo, coro, rejas, campanas, ornamentos, cruces de plata y cálices, lámpara…”. Esta sencilla Catedral duró sólo unos pocos años, pues un deslave destruyó la ciudad la noche del 10 al 11 de septiembre de 1541. El edificio catedralicio sufrió pocos daños, pero inmediatamente se decidió el traslado de la ciudad al valle de Panchoy, abandonándose ese asentamiento.

 

El diseño de la segunda Catedral estuvo a cargo del cantero Rodrigo Martínez Garnica, a quien se contrató para construirla en 1542, utilizando para ello los fondos que se recuperaron de la venta del solar en Almolonga. Desarrollando un diseño que sigue el modelo catedralicio español, tenía nave central, dos laterales, dos de capillas, y coro situado en el tercero y cuarto tramos de la nave central para formar un eje con el altar mayor. Para el año siguiente, el Obispo Marroquín logró que se asignaran para la construcción los fondos de las encomiendas del conquistador Pedro de Alvarado y su esposa, Beatriz de la Cueva, acumulados desde sus muertes dos años atrás; ese mismo año 1543 se realiza el traslado a esta nueva Iglesia, el día de Corpus Christi, desde la Ermita de Santa Lucía, donde funcionó interinamente. Pronto se señalan reformas al proyecto original. El obispo Marroquín trabaja en llevar adelante esta construcción pero muere en 1563 sin ver concluida la obra. Aunque los trabajos son lentos, se continúan las mejoras y la construcción de sus capillas. En 1617 se acuerda que el escultor Quirio Cataño concluya el altar mayor de madera iniciado por Pedro Brizuela. En octubre de 1620 se termina la capilla de la Virgen del Socorro; la de El Sagrario, iniciada en 1638, se inaugura el 9 de septiembre de 1659. Poco a poco van surgiendo las demás. En 1659 se construye una nueva capilla y bóveda para el altar del Cristo de los Reyes, lo cual va mostrando la necesidad de hacer cambios más profundos al templo que, hasta ese momento, tenía un techo de madera y tejas. Es ya mediados del siglo XVII: algunos edificios en Guatemala ya tenían cúpulas y bóvedas de ladrillo, mientras que la Catedral, el templo principal de la Capitanía General, seguía siendo una construcción modesta, pobre en albañilería y en mal estado. Llegó, entonces, el momento de decidir la demolición de este templo para construir otro, mejor diseñado y realizado. Esta decisión fue tomada en 1667 por el obispo Juan de Santo Mathía Sáenz de Mañosca y Murillo, iniciándose la demolición en 1669, la cual se prolongó hasta 1671 hasta que el templo se demolió totalmente.

 

LA TERCERA CATEDRAL EN PANCHOY

La tercera Catedral ocupa un lugar importantísimo en la historia de la Iglesia de Guatemala por varias razones, especialmente porque fue construida en el momento en que las artes llegaron a su máxima expresión en la época colonial y también porque algunos de sus restos se conservan aún en la ciudad de La Antigua Guatemala. Su construcción se inició el 30 de noviembre de 1671, cuando se colocó la primera piedra sin estar totalmente demolida la anterior. Al principio, se nombró maestro mayor de la obra al español Martín de Andújar; sin embargo, el proyecto lo remodeló y concluyó el Arquitecto local Joseph de Porres. La construcción avanzó con rapidez, incluso tras la muerte del obispo Sáenz de Mañosca en 1675. El obispo Juan de Ortega Montañés continuó la obra, hasta su dedicación y el traslado del Santísimo desde la iglesia de San Pedro, el 5 y 6 de noviembre de 1680. El cronista Domingo Juarros describe la ceremonia y la califica como: “la más solemne, suntuosa y completa que se ha visto en Guatemala”. De 1681 a 1684 se terminan todavía algunos trabajos menores. Ya para 1689 está completamente terminada. Sin embargo, en 1717, los terremotos del 29 de septiembre le ocasionan daños mayores. Entre 1718 y 1722 es necesario botar y reconstruir el cimborrio, la mitad de la portada y macizar todos los arcos que se hallan abiertos. También fue necesario demoler la torre de las campanas. En 1743 se eleva la Catedral a la categoría de Metropolitana por la erección del arzobispado de Santiago de Guatemala. Para 1751, el edificio sufre nuevos daños por otros terremotos: de nuevo cae el cimborrio, así como el remate de la portada, ocurren grietas en bóvedas, paredes y pilastras.

 

Esta Catedral era de mayores dimensiones y muy cuidada hasta en sus más pequeños detalles. Tenía tres naves y dos de capillas, como las Catedrales de Morelia y Panamá. El constructor usó, a modo de soportes, pilares cruciformes de sección alargada, con pilastras lisas en los frentes. Como las Catedrales de Sevilla y México, poseía Capilla Real detrás de la Capilla Mayor. La fachada, en su trazo general, mostraba una clara influencia de El Escorial, con acentuación de soluciones manieristas; mostraba gran horizontalidad y grosor, dos características antisísmicas resultado de los varios intentos de darle firmeza.

 

El 29 de julio de 1773, la Catedral vuelve a resultar gravemente dañada, esta vez por los terremotos de Santa Marta. Quedaron arruinadas enteramente sus bóvedas, cuarteadas sus paredes y su conjunto completo amenazaba ruina total. En cambio, la casa del sacristán mayor apenas se dañó. Sin embargo, se decidió el desalojo de todo el conjunto, guardando los bienes que poseía en los corredores del claustro de la Universidad de San Carlos, en la casa del sacristán mayor y en otros lugares. A pesar del traslado de la ciudad y de todos los bienes que pudieran utilizarse para la nueva Catedral, parte del edificio permaneció y allí se trasladó en 1813 la parroquia de San José, que funcionaba en el viejo salón mayor de la universidad. Actualmente la parroquia ocupa el lugar de la antigua Capilla del Santísimo de la tercera Catedral, pero pueden contemplarse las ruinas del conjunto monumental, que se conservan gracias a los últimos trabajos de reconstrucción, iniciados en 1985.

 

EL TRASLADO AL VALLE DE LA ERMITA Y LA FUNDACIÓN DE LA NUEVA GUATEMALA

Fue una decisión de las autoridades el traslado de la ciudad destruida por el terremoto de Santa Marta en 1773. Anteriormente ya existían razones políticas y económicas que lo justificaban, pero los sismos se convirtieron en el motivo determinante. El traslado y la posterior fundación de una nueva capital en el último cuarto del siglo XVIII fue un hecho extraordinario en la historia de Guatemala pues se produjo en medio de una gran polémica entre sus habitantes, llegando a formarse dos bandos irreconciliables: los encabezados por el arzobispo Pedro Cortés y Larraz y los miembros del Ayuntamiento, contrarios al traslado, y los dirigidos por el presidente de la Real Audiencia de Guatemala, Gobernador y Capitán General Martín de Mayorga, los oidores y algunos vecinos, partidarios de trasladar la ciudad a un lugar más seguro, lejos de los volcanes a los que culpaban de ser los causantes de los terremotos.

 

Naturalmente, el traslado no fue sencillo. Aunque algunos españoles partieron muy pronto al Valle de la Ermita (o también Valle de las Vacas o de la Virgen) y se asentaron en simples ranchos de paja, la mayoría se resistía a abandonar sus casas. Entre alborotos, enfermedades, protestas y órdenes terminantes de las autoridades civiles, pasaron dos años sin que se llevara a cabo la traslación formal al nuevo sitio de La Ermita. La Corona Española decretó el traslado de la ciudad con la aprobación de la Cédula Real que llegó a Guatemala en diciembre de 1775. De esa cuenta, Mayorga dio la orden definitiva y el 2 de enero siguiente se reunió por vez primera el ayuntamiento en la nueva ciudad. El nombre de la nueva ciudad fue decretado por el Rey Carlos III de España el 23 de enero de 1776; publicado el bando el 22 de octubre de ese año, se llama a partir de ese día “La Nueva Guatemala de la Asunción”.

 

Mientras tanto, la oposición continuaba. Siendo el propio Arzobispo quien más se resistía, esta situación motivó la aceptación real de una antigua renuncia al cargo que el prelado había presentado en 1769. El Rey firmó su decisión en 1777, proponiéndolo como obispo de Tortosa, y el año siguiente envió a Roma la nómina para la elección de un nuevo arzobispo, sugiriendo a Cayetano Francos y Monroy. Aunque Cortez y Larraz se negó al principio a reconocer el nombramiento legal de su sucesor por no contar según él con la aprobación papal, finalmente decide ponerse en camino hacia México para luego dirigirse a España. El nuevo arzobispo llegó a Guatemala el 7 de octubre de 1779, y al asumir sus funciones, procedió a efectuar el traslado de la Catedral y del Cabildo Eclesiástico, que son instalados en construcciones temporales.

 

El contexto histórico en el cual se desarrolló el traslado estuvo determinado por la era de la Ilustración, movimiento iniciado en Europa que buscaba la verdad y la felicidad a través del razonamiento y el uso de la ciencia en contraposición con lo que llamaban el “oscurantismo” propio del Medioevo. La influencia de este movimiento se manifestó en distintos escenarios como el arte (música, letras, escultura, etc.), la economía, la ciencia, las comunicaciones y dentro de eso, la ingeniería y las formas de construcción. La arquitectura y el urbanismo no fueron tampoco ajenos a este movimiento, por lo cual la nueva ciudad fue edificada rompiendo con el estilo barroco, típico de una ciudad colonial, y diseñándose dentro de los cánones del estilo neoclásico.

 

Iniciada su organización civil desde 1776, la nueva ciudad empezó a delinearse. La traza original se realizó de acuerdo a las ordenanzas de Felipe II en 1573 por el Ingeniero Militar del Reino, Luis Diez de Navarro. Este diseño fue enviado a la Corona Española para ser revisado por el Arquitecto Mayor del Rey, Francisco Sabatini, quien propuso encargar las obras reales (incluida la Catedral), al aragonés Marcos Ibáñez como “Arquitecto Principal” de la ciudad, quien viajó a Guatemala, haciéndose acompañar del delineador Antonio Bernasconi y del Ingeniero Joaquín de Isasi. El 2 de noviembre de 1778, Ibáñez firmó los planos del trazo urbano de la ciudad. Este trazo consistió en unas 300 manzanas desde la Avenida Elena hasta la 12 Avenida en el sentido occidente-oriente y de la 1ª. a la 18 Calle en el sentido norte-sur. Al distribuir los sitios, a la Catedral, sus oficinas y el Palacio Arzobispal les correspondió dos manzanas sin calle de por medio al oriente de la Plaza Central de Armas. Completarán los costados de la Plaza el Palacio Real al poniente, el Palacio del Ayuntamiento al norte y el Portal del Comercio al sur.

 

LA CONTRUCCION DE LA NUEVA CATEDRAL

En el mes de julio de 1778 se encargó a Ibáñez que levantara los planos de la nueva Catedral Metropolitana, tanto de la provisional como de la definitiva; se le pidió elaborarlos de acuerdo a las sugerencias del Cabildo Eclesiástico. Varios maestros locales ofrecieron sus sugerencias sobre el proyecto definitivo. Mientras tanto, Ibáñez se dedicaba a la construcción de la Catedral provisional, la cual se edificó en el predio que actualmente ocupa el mercado central, al oriente de la actual ubicación. Esta iglesia provisional era muy sencilla, hecha de bajareque y de una sola nave; se inició en septiembre de 1778 y estaba concluida para octubre del año siguiente. El Arzobispo Francos y Monroy la bendijo el 22 de noviembre de 1779, formalizando nuevamente el culto en la nueva ciudad. En esa sencilla ubicación, se colocaron las principales imágenes de la antigua Catedral: el Cristo de los Reyes, Nuestra Señora de los Dolores y San Juan, La Virgen del Socorro, San Sebastián, San Pedro, Santiago, San José, San Juan Nepomuceno, San Francisco de Paula, la Virgen de la Asunción, la Virgen del Tránsito y la Santísima Trinidad; también San Dionisio, San Fernando, San Luis, San Francisco de Sales, entre otras. Asimismo, varias de las pinturas de Pedro Ramírez que adornaban la antigua Catedral en Panchoy.

 

Para 1780 Ibáñez presentó nuevos planos para la edificación, los cuales fueron enviados a España para aprobación. En ellos ya se contemplaba la posibilidad de colocar una cubierta abovedada. Al conseguirse la aprobación de dichos planos el 20 de octubre de 1781, inmediatamente se promueve el inicio de las obras. Mientras tanto, en el sitio de la construcción se había avanzado haciendo la nivelación del terreno con talpetate traído de la plazuela de los Remedios (hoy el Parque Enrique Gómez Carrillo); también se construyeron los drenajes para el agua pluvial; estas cloacas, de gran tamaño, han alimentado la imaginación de los capitalinos suponiéndolas túneles que conectaban diferentes edificios del centro histórico. También se empezó a reunir materiales, especialmente piedra laja de las canteras de El Naranjo y de Arrivillaga a utilizar en los cimientos del templo.

 

La bendición de la primera piedra de la construcción se realizó el 25 de julio de 1782, en el día de Santiago Apóstol, patrono de la Iglesia guatemalteca, con una solemne ceremonia en la que se colocaron en una arquilla de la roca 6 medallas que tenían grabados los bustos del Rey, el Papa Pio VI, el Presidente Matías de Gálvez, el Arzobispo Cayetano Francos y Monroy, Santiago Apóstol y una última con el lema “Nova Guatimalensis Civitas, pro nova sua Ecclesia Metropolitana. Anno sexto ab urbis traslatione” (La Ciudad de la Nueva Guatemala a su nueva Iglesia Metropolitana. Año sexto del traslado de la ciudad).

 

El 13 de agosto del año siguiente dieron comienzo los trabajos de los cimientos para las criptas, paredes y columnas de la Catedral. Diferencias de criterio hicieron difíciles los primeros trabajos de la construcción; también se agregaron presiones económicas. Ibáñez enfermó y renunció en octubre, cuando apenas se salía de cimientos hasta los arranques de las bóvedas de las criptas. En su lugar, prosiguió los trabajos el Delineador Antonio Bernasconi, quien tenía a su cargo otras obras como el Hospital San Juan de Dios, el Palacio Arzobispal, el Palacio Real y los planos de la fuente de Carlos III. En octubre de 1785, Bernasconi fallece inesperadamente. Los tres siguientes años la obra la dirigió Sebastián Gamundi, quien terminó el abovedado de las criptas, los cimientos de las columnas que sostendrían las tres naves y se iniciaron paredes y contrafuertes.

 

Mientras la construcción avanzaba lentamente, la Catedral provisional empezó a presentar fallas importantes. En marzo de 1787, el Cabildo se encontró en la disyuntiva de reconstruir o bien trasladar la Catedral a un templo ya terminado. Por lo cual se hizo la solicitud al Arzobispo para usar el templo del beaterio de Santa Rosa, realizándose el traslado el 20 de julio de dicho año; allí permaneció la metropolitana hasta 1815.

 

A partir de 1890 se hizo cargo de la obra el ingeniero español José de Sierra. Su labor fue deficiente, sobre todo por sus largas ausencias pues debía cumplir funciones de ingeniero militar. Durante casi diez años la obra avanzó poco. Para 1796, las criptas fueron bendecidas ya que se hacía necesario utilizarlas para los funerales del Canónigo Lic. Antonio Alonso Cortés. En 1802 fue encomendada la obra interinamente al ingeniero Porta y después a Pedro Garci-Aguirre, artista de mucha capacidad, quien había tenido a su cargo los trabajos de arquitectura de la iglesia y convento de Santo Domingo, entre otras importantes obras. En ese mismo año se decide definitivamente el asunto de los techos, autorizándose hacer la cubierta de bóveda. Asimismo ese año tomó posesión del Arzobispado el jesuita Luis Peñalver y Cárdenas, quien decide cambiar el coro de su lugar tradicional en la nave central (como en las Catedrales de Sevilla y México) y colocarlo detrás del altar mayor. Para ese año, el Palacio Arzobispal estaba prácticamente terminado, lo mismo que la Casa Cural y el Colegio de Infantes; lo gastado en la obra sumaba 288,858 pesos, cuatro reales y un cuarto. El Cabildo decidió ese mismo año la reparación del órgano que se había desmantelado de la antigua Catedral. El trabajo lo hizo don Andrés Agreda, entregándolo en 1803; ese mismo año se nombró a Benedicto Sáenz como primer maestro de Capilla de la nueva Catedral. Ya eran muchos los avances, pero nuevamente la obra fue temporalmente suspendida. Una vez más se hace necesario otro arquitecto para terminar la obra, solicitándolo a la Corte.

 

En 1803, por Real Cédula se nombró al Arquitecto Santiago Mariano Francisco Marquí para que viaje a Guatemala y termine la obra; llegó a Guatemala en 1805 y de inmediato prosiguió la construcción. Asimismo, hizo los planos de El Sagrario, obra que no llegó a su conclusión sino hasta en la época independiente. Los trabajos adquieren un nuevo ritmo y los avances son cada vez más visibles. La obra finalmente va mostrando toda su belleza. Marquí, a pesar de no contar con todo el apoyo necesario, se esfuerza por darle al edificio la elegancia que merece; bajo su dirección se terminaron de levantar los muros, pilares, las bóvedas y la cúpula.

 

Para 1809 muere el Arzobispo Rafael de la Vara. Dos años después llega a Guatemala el dominico Ramón Casaus y Torres, a quien se le pide dejar la diócesis de Oaxaca, de la que era obispo auxiliar, para atender la de Guatemala en calidad de vicario. Mientras tanto, los miembros del Cabildo importaron los vidrios para los ventanales del templo, los cuales fueron canjeados por sacos de añil y llegaron al país en 1812.

 

EL ESTRENO Y BENDICIÓN DE LA CATEDRAL

En 1814 la Sede Apostólica nombra a Mons. Casaus como Arzobispo de Guatemala, tomando posesión de la diócesis a principios del siguiente año. Fue este arzobispo quien decidió la inauguración oficial del templo. Su deseo era que ese mismo año se acondicionara el edificio de tal forma que pudiera ser estrenado y así celebrar en la nueva Catedral las solemnes conmemoraciones de la Semana Santa de 1815. En los últimos días se trabajó intensamente colocando ventanales y puertas, acondicionando temporalmente altares, trayendo y restaurando precipitadamente imágenes y lienzos. El pintor Juan José Rosales, por ejemplo, recibió el encargo de restaurar las pinturas de Pedro Ramírez quien, en 1673, pintó 14 cuadros de la vida de la Santísima Virgen María y dos grandes lienzos Eucarísticos que todavía hoy engalanan el ingreso por el Sagrario. El estreno de la nueva Catedral se decidió para los días 15 y 16 de marzo de 1815, miércoles y jueves de la Semana de Pasión. El día 15 se realizó la procesión de la Virgen del Socorro desde el templo de Santa Rosa y al siguiente día tuvo lugar el solemne estreno de la Catedral. Estaba prácticamente terminada, faltando únicamente los campanarios y el remate de la portada. A los pocos meses, las obras vuelven a suspenderse por falta de fondos. Habían trabajado en la Catedral, además de varios arquitectos e ingenieros españoles y locales, cientos de albañiles, canteros, talladores, carpinteros; se había gastado hasta esa fecha un total de 600,000 pesos.

 

Una vez estrenado, el edificio se empieza a utilizar para las numerosas festividades religiosas de importancia; sin embargo, fue difícil continuar con los trabajos pendientes. Llegados los días de la Independencia patria, el 22 de septiembre de 1821 se celebró el Te Deum en el cual el Arzobispo y los miembros del Cabildo juran la independencia nacional. A partir de ese momento, la Iglesia no es ajena a los cambios socio-políticos que se desarrollaron en nuestro país durante todo el siglo XIX y que, en buena parte, tuvieron un carácter anticlerical.

 

El General liberal Francisco Morazán logró tomar la ciudad de Guatemala en abril de 1829, iniciando la primera reforma liberal. Ya para junio de ese año, Morazán extingue todas las órdenes religiosas; se nacionalizan todas las propiedades de la Iglesia, se prohíbe la entrada de nuevos religiosos y los diezmos son abolidos. El Congreso decide que los templos de los religiosos pasen a manos del clero secular. En julio de ese año, las tropas de Morazán asaltan el Palacio Arzobispal, capturan al Arzobispo y lo expulsan del país; Mons. Casaus debe partir al exilio, residiendo en La Habana hasta su muerte. Con esta situación es imposible continuar los trabajos de la Iglesia metropolitana.

 

Fue hasta la restauración conservadora por parte del General Rafael Carrera, en 1939, cuando nuevamente cambia el escenario político. En 1842 se nombra Obispo Coadjutor a Mons. Francisco de Paula García Peláez, primer guatemalteco elegido para tal dignidad. Mons. García Peláez es ordenado en San Salvador en 1844 y al año siguiente pasa a ser Arzobispo Metropolitano por la muerte de Casaus y Torres en La Habana. El nuevo Arzobispo logra que los religiosos y religiosas vayan retornando y se organizan misiones populares; proliferan las órdenes terceras, las congregaciones, hermandades y cofradías. A partir de 1850 se promueve el Concordato con la Santa Sede, el cual se firma en 1852.

 

La nueva situación política permite reiniciar las obras de la Metropolitana. Se contrató la elaboración de los retablos laterales para los santos en 1852; cuatro años después se colocó la nueva verja del presbiterio importada de Bruselas, Bélgica. En noviembre de 1858, un mes después de haber colocado en el altar Mayor del templo las reliquias del Apóstol Santiago, se dio inicio a los trabajos de la cimentación de las bases para las torres. Ya para 1860 se inicia la instalación del nuevo Altar Mayor, obsequio póstumo de don Antonio de Larrazábal, realizado con mármol de Carrara en París, Francia y enviado por barco desde La Haya, Holanda. Este altar fue consagrado el 23 de julio de dicho año, con ocasión de la Dedicación del templo. Junto con el nuevo altar, se colocaron en la nave central del templo tres lámparas arañas y dieciséis candelabros murales en bronce dorado, todo traído de Francia. En 1862 el Cabildo contrató a los ingenieros Andrés Pedretti y Juan Tonel para construir las torres y el remate de la portada, obra que duró cinco años. Los constructores siguieron los planos de Santiago Marquí (1805), utilizando piedra de la cantera de la finca El Naranjo, lugar de donde se había obtenido la piedra para el resto de la portada. En octubre de 1865 se colocaron las campanas; para marzo de 1867, pocas semanas después de la muerte de Mons. García Peláez, la fachada de la Catedral estaba terminada. En junio de 1871, el nuevo Arzobispo Mons. Bernardo Piñol y Aycinena consagró la campana mayor, conocida como La Chepona por haber sido dedicada a San José (debido a que fue fundida con el bronce de los antiguos cañones del fuerte de San José).

 

Ese año dio inicio la reforma liberal de Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios, tiempo en el que la Iglesia de Guatemala sufrió la más profunda crisis de su historia y lo que permitió también el inicio de su reorganización. Nuevamente se expulsa al Arzobispo y a las órdenes religiosas, se confiscan sus propiedades y bienes, se prohíbe el hábito talar y las ceremonias fuera de los templos, se cancelan los diezmos y la instrucción religiosa en las escuelas, se entregan los conventos junto con sus escuelas, cementerios y otros a diferentes comisiones de consolidación. Después de la muerte de Mons. Piñol en La Habana, el siguiente Arzobispo, Mons. Ricardo Casanova, también es expulsado del país. En todo este tiempo de crisis se realizaron únicamente dos mejoras en la Catedral: la primera en 1877, cuando se remozó el atrio del frente, colocando las estatuas de los cuatro evangelistas hechas, según opinión general, por el escultor guatemalteco Cirilo Lara. La segunda, en 1886, cuando se hicieron algunas reparaciones, especialmente la de quitar la cal o pintura que tenían todas las partes de piedra del interior del templo para restablecer el color natural (perdido desde 1865 cuando se ordenó repello general y blanqueado de muros y pilastras).

 

LA CATEDRAL DESPUÉS DE LOS TERREMOTOS DE 1917-1918

Son los terremotos de 1917-18 los que obligan a nuevos trabajos en la Catedral. La fuerza de estos sismos fue tal que muchos edificios públicos y templos resultan gravemente afectados, algunos hasta el colapso total. La Metropolitana también sufrió lo suyo: se desplomó la cúpula, destruyendo el altar mayor y el órgano que había sido trasladado de La Antigua Guatemala; caen también las torres y parte del frontispicio; se producen grietas en arcos y bóvedas y en el atrio se lastiman irreversiblemente los evangelistas. Los demás edificios del conjunto arquitectónico de la Catedral, especialmente el Palacio Arzobispal y el Colegio de Infantes, también sufrieron graves daños. Más de un año permaneció la Catedral en ruinas; el descombramiento tardó meses. A principios de 1919, el Arzobispo Julián Riveiro y Jacinto empezó las colectas para la restauración. Los trabajos iniciaron con la demolición de lo que todavía quedaba de la cúpula, las torres y las bóvedas. En octubre, el Cabildo seleccionó para la reconstrucción al Arquitecto Guido Albani, famoso constructor italiano considerado el mejor especialista en cemento armado y que estaba en El Salvador. El proyecto incluyó reforzar la fachada y bóvedas y construir de nuevo la bóveda central y la nueva cúpula de concreto reforzado. Albani inició con la reparación de las naves, incorporándoles hierro y cemento. Para 1924 había terminado la construcción de la nueva cúpula elíptica, más grande y elevada, con tambor a media naranja y cuyo diseño permitió que quedara mejor asentada, mejoró la ventilación e iluminación e incluyó buenos refuerzos de hormigón.

 

Fallecido Albani, se encomendó la construcción del frontispicio y las nuevas torres al Ing. Juan Domergue; se procuró repetir el diseño original aunque ligeramente menos elevadas, concluyendo este trabajo para 1932. Ese mismo año, el Arzobispo Durou y Sure anunció la colocación de un nuevo reloj para la Catedral. Traído desde Alemania, este reloj de marca Friedrich E. Korhage fue instalado en 1934; cuenta con carátulas en los tres lados de la fachada y es extraordinariamente preciso. Don Juan Hrdlitzchka, propietario de la relojería El Sol y quien fue responsable de hacer llegar el reloj, apoyó también la petición de donativos de sacos de café de exportación para pagar en trueque el nuevo órgano monumental de la Catedral, encargado por iniciativa del Cabildo Metropolitano a la Casa Walcker, Alemania. El órgano fue estrenado en septiembre de 1937 y es una de las joyas de la Catedral, ya que fue construido especificando que se pudiera interpretar la música romántica escrita en la Catedral de Santiago durante los siglos XVII y XVIII. Entre las características de este tipo de órganos podemos mencionar la profusión de juegos graves de fondos, que proporcionan al instrumento una base sonora majestuosa, dulce y homogénea. Está conformado por tres teclados manuales de 60 teclas y un pedalero de 30 teclas. Tiene 4 mil 800 flautas y 47 registros, 3 teclados manuales y pedalero semicóncavo.

 

En 1962 el órgano fue trasladado del Coro de los Canónigos al Coro Alto como parte del proyecto de instalar un nuevo altar mayor que había sido diseñado desde 1958 por el maestro Julio Urruela a petición de Mons. Mariano Rossell y Arellano. Encargado a México, fue realizado por A. Bozzano y A. Ponzanelli y fue instalado entre 1962 y 1964. Se trata de un magnífico altar mayor en mármol, ónix y bronce cuyo conjunto incluye un baldaquino sobre el altar, barandilla abalaustrada y piso de mármol en el presbiterio. Por la repentina muerte de Mons. Rossell, no pudo llevarse a cabo su bendición programada para el 10 de diciembre de 1964, trasladándose esta ceremonia hasta el 30 de octubre de 1966. Como parte de la renovación del altar, también se adquirió en 1964 un nuevo órgano Walcker (más pequeño, para las celebraciones cotidianas). Asimismo, se solicitó al maestro Humberto Garavito la realización de tres murales en los arcos de medio punto del ábside, los que lamentablemente se destruyeron con ocasión del terremoto de 1976. Los murales representaban al centro, la Asunción de la Virgen María; a su izquierda, la primera misa celebrada en Santiago de Guatemala con la presencia de la imagen de la Virgen del Socorro; a su derecha, la proclamación del dogma de la Asunción de María. Quedó así completado el nuevo altar mayor que actualmente permite la participación activa de los fieles en la celebración de los misterios del Señor, según lo pidió la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II.

 

Por su gran valor histórico y artístico, varios historiadores y en Ing. Oscar A. Martínez Dighero solicitaron al Gobierno de la República en 1968 que la Catedral Metropolitana fuera declarada Monumento Nacional. Por acuerdo gubernativo del 11 de noviembre de ese año, tanto la Catedral como el templo de Santo Domingo se vieron elevados a esta categoría; también fueron incluidos en la lista de monumentos históricos y artísticos del Período Hispánico que el gobierno de la República se compromete a proteger.

 

En 1976 un nuevo terremoto causa destrucción en nuestro país. Enteras poblaciones quedaron soterradas. Se calculan en más de 25,000 los muertos a lo largo y ancho de nuestra geografía patria. La ciudad de Guatemala y su Catedral también resultaron muy lastimadas; en la Metropolitana, se dañaron las bases de las torres de los campanarios; hubo grietas en las bóvedas; el ábside y el trascoro fueron seriamente dañados; la cúpula principal también se dañó en su muro lateral. Se hizo necesaria una tarea de reconstrucción, utilizando por primera vez resinas epóxicas para reparar grietas y rajaduras. Se construyeron dos grandes columnas cilíndricas desde los cimientos hasta el nivel del piso de las torres, las que se amarraron con las vigas laterales del templo. También en la cúpula se hicieron nuevos soportes antes de demoler y rehacer los soportes interiores que habían fallado. Todo lo anterior debería permitir, en un futuro evento sísmico, que la estructura se balancee uniformemente. Fue necesario además reparar el órgano, tarea que estuvo a cargo de Oscar Binder entre 1981 y 1982. Aunque la reparación costó casi 2 millones de quetzales, sin embargo el daño hubiera sido mucho mayor si el trabajo hecho por Guido Albani en 1924 no hubiera sido el adecuado.

 

LA CATEDRAL METROPOLITANA: 200 AÑOS CELEBRANDO LA PASCUA DEL SEÑOR

Fue el 7 de marzo de 1983 cuando el Papa Juan Pablo II, Peregrino de la Paz, visitó la Catedral de Guatemala por primera vez. Nuestro país estaba emergiendo después de años de conflicto armado interno. Luego de aquella hubo una segunda visita, esta vez en el marco de su segundo viaje a Guatemala, la noche del 5 de febrero de 1996, en el año en que se firmaron los Acuerdos de Paz en el país. En ambas oportunidades la Metropolitana lució particularmente esplendorosa y la presencia del Sucesor de Pedro en ella auguró una nueva era para la Iglesia en Guatemala. Un Sínodo en la Arquidiócesis; nuevos pastores “con olor a oveja”, capaces incluso de dar la vida por los suyos como Mons. Gerardi; un mayor número de miembros en el clero; un renovado compromiso formativo para potenciar la misión de los laicos y laicas; un nuevo impulso misionero… Ya en un nuevo milenio y con un Papa latinoamericano, la Arquidiócesis de Santiago vive nuevos retos de cara a su misión evangelizadora y misionera, pero con la certeza de que está fundada sobre roca firme. La Catedral, con su solidez, sigue alzándose como signo del ministerio del Arzobispo y, por tanto, como presencia de Dios entre los hombres de nuestro tiempo. Cercanos a la celebración del Bicentenario de su estreno en 2015, la Iglesia en Guatemala sigue celebrando la Pascua del Señor. Su Catedral Metropolitana nos recuerda que la Iglesia tiene un sólido fundamento y que ha de remontarse más allá de las ambigüedades de nuestra historia patria para seguir construyendo el reino de Dios. No es sólo una construcción hermosa que nos recuerda nuestra historia, sino un testimonio de la fe, devoción, entrega y generosidad que profesan los católicos guatemaltecos de ayer y hoy. No es sólo un edificio histórico a visitar o una colección de obras de arte, sino un signo de la vida cristiana de un pueblo; un signo de la presencia de Dios con su pueblo e Iglesia Madre en esta porción de tierra bendita que se llama Guatemala.

 

Si le interesa el tema, puede consultar esta bibliografía básica sobre la historia de la Catedral:

 

  1. Amerlinck, María Concepción. Las catedrales de Santiago de los Caballeros de Guatemala. México: UNAM, 1981.
  2. Estrada Monroy, Agustín. Datos para la historia de la iglesia en Guatemala. 3 tomos. Guatemala; AGHG, 1972-1979.
  3. _____. “Historia de la Catedral Metropolitana de Guatemala”, en Estudios Teológicos (Guatemala), IV: 8 (julio-diciembre, 1977), 179-268.
  4. Móbil, José A. Historia del Arte Guatemalteco. Guatemala: Serviprensa S.A., 2002.
  5. Urruela V. de Quezada, Ana María, editora. El tesoro de la Catedral Metropolitana. Arte e historia. Guatemala: Mayaprint, S.A., 2004.

 

Glosario: 

  • Ábside: parte posterior del altar de una Iglesia.
  • Baldaquino: dosel colocado sobre un trono o altar.
  • Cabildo: grupo de eclesiásticos capitulares de una iglesia catedral o capitular. Para distinguirlo de los cabildos seculares, se llama cabildo eclesiástico.
  • Cripta: estancia o edificación subterránea de un edificio, que puede servir para enterramientos.
  • Cruciforme: con forma de cruz, p. ej. columna cruciforme.
  • Encomienda: institución por la cual se concedía a una persona el beneficio del trabajo de una localidad indígena a cambio de adoctrinarlos en la fe.
  • Frontispicio: fachada delantera de un edificio.
  • Manierista: propio del manierismo, estilo artístico que se caracterizó por su elegancia, refinamiento y excentricidad.
  • Metropolitana: del Arzobispo que preside a los obispos de su provincia eclesiástica.
  • Nave: cada uno de los espacios que se encuentran entre muros o filas de arcadas y que se extienden a lo largo de un edificio o templo.
  • Neoclásico: arte o estilo que utiliza como modelos la arquitectura y el arte de Grecia y Roma antiguos.
  • Prelado: superior eclesiástico que tiene una dignidad en la Iglesia, p. ej. el obispo.
  • Presbiterio: área en torno al altar mayor en un templo.
  • Retablo: obra de arte tallada de madera o mármol, que se coloca detrás de un altar en un templo.